lunes, 24 de marzo de 2014

MALDITO DIDEROT; BRINDIS POR SUÁREZ

JAIME FERNÁNDEZ-MIJARES


Aquella mañana entró como siempre entraba en cualquier sitio: haciendo que todos a su paso volvieran sus miradas hacia su melena rubia y sus ojos claros. Entró en el despacho del –por entonces- director de RTVE con mirada seria.

-Los de derechas me caen mal, pero tienes cara de simpático. –le espetó-.

Carmen Díez de Rivera Icaza fue la artífice del acercamiento de Carrillo a Adolfo Suárez; la artífice de aquella famosa foto en la que aparecían sentados, alternando, mano a mano, Carrillo, González, Arzalluz, Roca, Calvo-Sotelo y el propio Suárez. Era una mujer de fuerte temperamento con una historia digna de película, digna de tragedia griega. Aquella musa de la transición –etiqueta que no le hizo jamás gracia alguna- forma parte de esa galería de olvidados que hicieron posible aquella Transición. España se convirtió en gran madrastra de aquella mujer que fue la auténtica artífice de la transición a la Democracia.

No fue menos el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, azote de Franco, quien mantuvo constantes reuniones con aquellos dos sevillanos de Capitán Viguera –Felipe y Alfonso- y con el propio Carrillo. Siempre se le recuerda por aquél famoso discurso pronunciado en San Jerónimo el Real, con motivo de la coronación del príncipe Juan Carlos como Rey de España. Una intervención recordada como La Homilía del siglo, en la que, entre otras cosas, dejó una frase para la historia, Sólo os deseo que seáis el Rey de todos los Españoles. No se puede obviar la gran capacidad de este país para ser un gran padrastro de todos los que hicieron algo honroso por él. Pregunten a las puertas de un instituto quién era Díez de Rivera, o Tarancón, o el cura Llanos.

De todas las banderas por enarbolar, Suárez ondeó dos: aquella de la Libertad, y la de la Concordia. Más de una madre, abuela, una hija, una novia, una esposa votó a Suárez por lo guapo que era, ellos lo votaron por la seguridad y determinación que siempre mostró. Trajo a la tribuna del Congreso aquella frase de Machado que aún hoy nos emociona. No es hoy ese día en el que haya discursos que nos lleguen al corazón. Olvidaron estos cónsules de hoy la oratoria y se vendieron a la prosa enlatada. La historia es una losa, claro queda, una losa dorada a la que hay que sacarle brillo, pues es el espejo en el que debe mirarse una nación para llegar a ser mejores que lo que una vez fuimos.  Esa losa pesa hoy sobre esos mismos que acabaron con él... aquellos que respiraron aliviados cuando perdió la memoria, porque nunca volvería acordarse de los improperios que alguno, hoy arrepentido, le dirigió. No estoy aquí para hablar de gente mediocre, evidentemente, pues hoy esos mediocres andan llorando como aquellos piangenti que iban tras el Cardenal Savonarola, dejemos pues que lloren a la sombra de un gigante.


Adolfo Suárez en su escaño de la Cámara Baja

La humildad, la concordia, el consenso, son palabras que hoy suenan constantemente en boca de quienes nos gobiernan –aquí y allí- .Suenan, únicamente. en aquellos finales de los 70, Suárez, Díez de Rivera, González, Carrillo, Tarancón y compañía, se encargaron de hacerlas realidad. Si con la muerte de Carrillo fuimos conscientes de que el siglo XX había fallecido, hoy debemos asistir al entierro de la Transición. Debemos mirar al frente, como cuando se dirigía al congreso, decidido, con aquella frase del Poeta de Dueñas, hombres de España, ni el pasado ha muerto, no está el mañana -ni el ayer- escrito. Pocos saben que aquél vecino de Cebreros, que estudió Derecho en Salamanca, trabajó descargando maletas en Atocha. Aquel joven, jugador que fue del equipo de sus amores, el Dinamita de Cebreros, firmaba en el colegio a sus compañeros con una dedicatoria que a pocos dejaba indiferentes, Del futuro presidente del Gobierno. Quienes le odiaban y quienes le amaban destacaban la misma virtud y defecto: la ambición. La ambición no evitó la tragedia Griega que vivió su familia. De alguna forma, toda tragedia tiene el mismo inicio: el amor. 

Proclamaba Denis Diderot, El amor priva de espíritu a quienes lo tienen, y se lo da a los que carecen de él. En este día que enterramos, enterramos también a la incineración de aquellos años. Gastamos ya los años buenos pasados con el deber y propósito de hacer mejor lo que ha de venir. El amor privó de espíritu a Suárez y –a cambio- da espíritu, con su ejemplo, a algunos de los que nos representan y carecen de él. Solo cabe una mirada por el retrovisor y seguir andando hacia un porvenir lleno de espíritu gracias a su amor por este país y su valentía para defender la democracia frente aquellos desalmados con sable que decían ser hombres de honor y ni siquiera sabían escribir esa palabra.

El abrazo, obra de Juan Genovés

A quienes nacimos a fines de los 80, nos llegó la figura del mito de Suárez. Cuando a Javier Cercas le dio por inventar un género literario, creó la ingeneria literaria con Anatomía de un instante. Una maravilla en la que diseccionaba un solo instante en mil historias de todos los protagonistas en la Carrera de San Jerónimo, aquel día de febrero. A mi humilde entender, es una obra que debería ser lectura obligatoria en todo instituto y colegio, pues es la Historia el calcio de los huesos de nuestro intelecto. Decía Suárez que la primera obligación de un político era no convertirse en un autómata, pues he ahí el declive de hoy: ha quedado a un lado aquella forma personal de hacer política siendo uno mismo y han dado paso los políticos a la frase enlatada y a una personalidad autómata.

Lo clásico es aquello que mejor no puede hacerse, y es clásico el mayor acto revolucionario que existe: ser uno mismo. Suárez, González, Carrillo, Díez de Rivera, etc. Eran ellos mismos, eran libres, era la edad de la inocencia, el mejor de los tiempos. Fue el pasado sábado cuando Diego Bermúdez, Gonzalo Gragera, Carlos Afán y un servidor –además de estar en espíritu el resto del equipo de este Foro- brindamos en la despedida de aquella edad de la personalidad, con el propósito de dar paso a una era aún mejor que vendrá -por ella trabajamos-; fue anoche cuando alzamos nuestras copas y dijimos al unísono, ¡Por Suárez! ,anoche fue cuando evocamos aquel Abrazo de Juan Genovés y dijimos, como en 1977,  Esta noche, la Libertad. Maldito seas Diderot, que te llevas a Suárez, con buena intención, para llenar de espíritu aquella tierra donde habite el paraíso. Alcen sus copas, en esta noche, sin miedo. Por la Libertad.

Porque un hombre sólo tiene una vida, a cambio, la historia puede recordar por siempre.


A Don Adolfo Suárez González (1932-2014).

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